El buda de oro by Clive Cussler & Craig Dirgo

El buda de oro by Clive Cussler & Craig Dirgo

autor:Clive Cussler & Craig Dirgo [Cussler, Clive & Dirgo, Craig]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2003-01-01T00:00:00+00:00


25

En el mismo momento en que Reyes y Lincoln aparcaban en el muelle donde se encontraba amarrado el Oregón, Max Hanley controlaba el funcionamiento de un aparato en la tienda de magia. En el fondo, en uno de los numerosos bancos de trabajo, la máquina que calentaba el látex líquido emitió un pitido para señalar que había alcanzado la temperatura adecuada, y después pasó automáticamente a la espera.

Hanley echó una ojeada a la máquina y luego volvió a prestar toda su atención a la pequeña caja que tenía en la mano.

—Muy bien —le dijo a Barrett—, vamos a intentarlo una vez más.

—Probando, uno, dos, tres —canturreó Barrett—. La vaca negra saltó sobre la luna roja, hace ochenta y siete años nuestro…

—Ya es suficiente —lo interrumpió Hanley.

Miró la pequeña caja, la apoyó en la garganta y repitió lo que había dicho Barrett. Después miró la pantalla, que mostraba un gráfico de columna, observó las discrepancias y ajustó una serie de diminutos tornillos de acero inoxidable en la parte posterior de la caja con un destornillador de relojero.

—Otra vez.

—No tuve relaciones sexuales con aquella mujer, la señorita Lewinsky —dijo Barrett—. Lea mis labios, no aumentar los impuestos. Por respeto a la familia, no responderé a la pregunta, la, la, la.

—Para.

Repitió las tonterías de Barrett sin apartar la mirada de la pantalla. Barrett, que lo observaba trabajar, enarcó una ceja. Era su voz la que salía de la boca de Hanley. Era algo espeluznante y sorprendente al mismo tiempo.

—Ni siquiera mi madre notaría la diferencia —manifestó—. La tecnología moderna no deja de asombrarme.

—¿Cómo harás para sujetarlo? —preguntó Barrett.

Hanley le hizo una demostración.

Reyes miró a un lado y a otro del muelle. No había nadie a la vista. Con la ayuda de Lincoln, sacó a Talbot del asiento trasero, y después lo subió por la pasarela del Oregón. Julia Huxley los esperaba y el grupo se dirigió a la tienda de magia. Talbot, con la venda en los ojos, recorrió los pasillos con paso inseguro hasta el ascensor y de allí hasta la tienda de magia. Lincoln abrió la puerta y Reyes guió a Talbot hasta una silla. Le ordenó que se sentara y le sujetó fuertemente los brazos, las piernas y el pecho con unas correas. Colocaron una lámpara delante de la silla y la encendieron. Talbot notó el calor de la lámpara en el rostro. Un segundo más tarde, le quitaron la venda de los ojos y la intensidad de la luz lo obligó a entrecerrar los párpados.

—¿Usted es Michael Talbot? —preguntó Hanley.

—Sí. —Talbot intentó mover la cabeza para escapar de la luz que lo cegaba.

—Mire al frente —le ordenó Hanley.

Talbot obedeció, aunque mirar el foco era un sufrimiento.

Percibió que había alguien detrás de la silla, pero las correas le impedían girarse.

—¿Mantuvo relaciones sexuales con un adolescente en Indonesia?

—¿Quiénes son ustedes? —replicó Talbot.

Un segundo más tarde, sintió que algo le tocaba el cuello y continuación una descarga eléctrica le recorrió el cuerpo.

—Aquí somos nosotros los que hacemos las preguntas —dijo Hanley—. ¿Mantuvo



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